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AVISO, ESTE ARTÍCULO CONTIENE SPOILERS DE FINAL FANTASY VII, CRISIS CORE, BEFORE CRISIS, THE LAST ORDER Y FINAL FANTASY VII REMAKE
Mientras publico este texto, falta menos de una semana para el lanzamiento de Final Fantasy VII Rebirth, así que quiero recuperar la reflexión que hice en su momento respecto a la enorme polémica que levantó Final Fantasy VII Remake, sobretodo por su final.
La realidad es que Nomura nos la coló. Jugó con nosotros, con nuestras expectativas, con lo que creíamos saber y nos marcó un gol por toda la escuadra, casi tan grande como el que nos marcó Campo Santo con Firewatch; y nosotros caímos en su trampa sin remisión. En parte por que llevábamos muchos años esperando ese remake (en concreto desde que vimos la demo técnica que sony y square-enix mostraron, en una maniobra especialmente cruel, durante la presentación de Playstation 3) pero también porque los que somos fans de Final Fantasy VII en el fondo nos consideramos un poco “true gamers” de más. Supongo que cuando te has pasado varias veces el Final Fantasy VII original, Crisis Core, Dirge of Cerberus y hasta Before Crisis (juego de móviles que no salió de Japón); y has visto The Last Order y Advent Children y leído todo sobre Final Fantasy VII que ha caído en tus manos manos… pues es inevitable creer que lo sabes todo.
Por eso, cuando jugamos el Remake examinándolo con lupa, comparándolo con el original y juzgando cada cambio, teníamos la sensación que, en general, todo era casi igual… pero no del todo; que había cosas que no encajaban, pero al fin y al cabo estábamos jugando un Remake así que era lógico que los autores se tomasen ciertas licencias, ¿no?
Y entonces llegamos al tramo final del juego para darnos cuenta que en realidad no sabíamos nada y que tras casi cuarenta horas de estar convencidos de jugar el Final Fantasy VII de la primera Playstation, pero con graficotes de Playstation 4 y un sistema de combate nuevo, pues… resultó que no era así.
No era una nueva versión del clásico al cual “perdonarle” algunos cambios y al que se le concedía el beneficio de la duda porque a Cloud y compañía se le perdona todo. ¿Que Sephirot sale casi desde el principio? ¡Claro! es porque están dando profundidad al personaje y dando más coherencia a su presencia en el juego; ¿Y esos encapuchados, unos “dementores wannabe” que son un poco raros y están metidos con calzador? también se le perdona porque los seres misteriosos con túnicas negras y capucha son casi una filia para el director, como se demuestra en cada nueva entrega de Kingdom Hearts (saga que también es obra suya); ¿Los dolores de cabeza y las visiones que atormentan a Cloud desde el inicio del juego? bueno, todos los que jugamos el original en su momento, sabemos que el muchacho siempre ha sido muy “especialito”.
Como decía el final de Final Fantasy Remake enfadó a muchos y gustó a unos pocos (entre los que me incluyo), pero nos sorprendido a todos. Un final en el que nos dimos cuenta que no éramos tan listos y que nada era como pensábamos, que todo lo que parecían licencias que se había tomado Nomura porque él es así de estupendo, en realidad eran los engranajes de un todo que estaba cobrando forma delante de nuestras narices, sólo que no sabíamos verlo.
Final Fantasy VII Remake, resultó NO ser un Remake, si no un nuevo juego dentro de la subsaga, una obra que no invalidaba la anterior, si no que expandía su universo compartido. La idea puede gustar o, como les sucede a algunos/as, considerarla una atrocidad, pero como concepto es valiente de cojones y además, despliega una miríada de opciones en un mar de posibilidades.
Porque según el Remake, los acontecimientos sucedidos en el Final Fantasy VII de la primera Playstation y todo su universo expandido en realidad eran el destino, la voluntad del planeta, aquello que tenía que suceder, lo que estaba escrito. Los Ecos, esos encapuchados presentes durante toda la aventura, que en realidad son una meta-representación de esos fans que critican cualquier cambio sobre la obra original, cada vez que aparecen es para proteger ese destino y asegurar que todo lo que sucedió en el juego original vuelve a suceder exactamente igual cuando juegas el Remake, preservando la realidad como guardianes de un determinismo inalterable.
Durante la primera vuelta que le das al juego no te percatas de ello, simplemente no ves todos esos (muchísimos) detalles que están ahí presentes desde el principio con una explicidad y descaro incontestables como, por ejemplo, cuando Sefirot aparece por primera tras la incursión al reactor uno y le dice a Cloud “esto es otra historia”.
Cuando rejuegas Final Fantasy VII Remake sabiendo ya lo que sucede tomas consciencia de todos esos detalles, entiendes que cada aparición de estos encapuchados está medida al milímetro mientras piensas, incrédulo ante lo que está pasando ante tus ojos “¿Cómo no lo vi venir?”.
Entonces te das cuenta de que has sido el títere de Jenova, que ha urdido un plan para engañar a su destino, según el cual debía ser derrotada junto a su “hijo” Sefirot como sucedió cuando jugaste Final Fantasy VII en 1997. De que te ha utilizado y te ha pintado un camino de baldosas amarillas que tú, como jugador, has estado siguiendo sin dudar ni hacer preguntas (por ese ansia del remake y ese “truegamerismo” que comentaba un poco más arriba) y has caído de bruces en una trampa tan bien hilada que ni sabías que estaba ahí, forzando a Cloud, Tifa, Barret, Aeris y Red XIII a enfrentar y derrotar a Presagio, el enorme monstruo negro del final del juego, que es una de las siete Armas (como Ultima, Ruby o Esperalda) que creó el planeta para defenderse de Jenova, protectora, en este caso de la realidad en si misma.
En Final Fantasy Remake la victoria de Cloud (tu victoria) es en realidad una derrota. Sin el guardián del destino el planeta está indefenso ante una Jenova (la auténtica vencedora) que ahora tiene vía libre para cambiar los eventos presentes, futuros y también los pasados. Es decir, ahora puede triunfar cuando en el título original fue derrotada. De hecho la primera consecuencia, el primer cambio en los acontecimientos no tarda en aparecer: Zack sobrevive a su enfrentamiento con el ejército de Shinra al final de Crisis Core; está vivo.
A partir de aquí, quedó muy claro que en el futuro, todo puede suceder y las posibilidades son enormes; que las siguientes entregas de este nuevo Final Fantasy VII no tienen porqué ajustarse a lo acontecido en el original y, de hecho, todo apunta a que será una lucha por cambiar o defender sucesos y eventos que ya jugamos hace más de veinticinco años, una carrera para arreglar el destino que los mismos personajes han roto, abriendo toda una serie de opciones y posibles consecuencias que asustan e ilusionan a partes iguales. No me cuesta imaginar, por ejemplo, que nos pongan en la tesitura de tener que elegir entre dejar morir a Aeris preservando la realidad o salvarle la vida; o a Cloud que quiere hacer “lo que hay que hacer” enfrentándose a Zack que está dispuesto a luchar contra su amigo y discípulo para salvar la vida de su amada; o que Sephirot quizá tenga un papel “no tan antagonista” como podríamos pensar.
Como reza el final del juego: “The unknonwn journey will continue” y personalmente estoy ansioso por ver qué nos depara ese futuro, ahora incierto. Gracias Nomura.